El ultimo día debía de ser el mejor, pero nada más levantarnos descubrimos que no seria así puesto que la lluvia (torrencial) nos acompaño durante todo el día. Salimos a desayunar y en menos de cinco minutos parecía que acabáramos de salir de la ducha, asique decidimos meternos en un coffee-shop a que pasara el temporal.
Tras un par de horas de espera dejo de llover, e hicimos nuestra última visita al Dam, el Singel y al Barrio Rojo, sin saber lo que nos deparaba la siguiente cuidad. El día paso entre risas, recordando los maravillosos momentos que pasamos allí, y nos fuimos prontito a dormir porque había que madrugar.
Cuatro y media de la mañana, Marta se empeña en que ni nos va a dar tiempo e insiste en amanecer a horas a las que todavía ¡no han puesto las calles! Tras una gran lucha interna conseguimos salir de la cama, para darnos cuenta de que ¡¡¡¡¡aun no hemos hecho la maleta!!!!! Con un escándalo de maletas, armarios y portazos (sólo digno de apanoles) nos dispusimos a partir, no sin antes asombrarnos de que la pareja de chinos que dormía (en vaqueros y sin manta) a nuestro lado ni se había inmutado por el ruido. Una vez fuera de la habitación nos toco bajar las escaleras (que no era moco de pavo), pero por suerte conseguimos no bajarlas rodando. Ya en la calle, despertamos al señor de la recepción para que nos devolviera la fianza.
Llegamos a la Estación Central y cogimos (aunque parezca increíble) el tren adecuado. Por supuesto, no iba a ser todo tan simple, de hecho, la primera complicación llegó con la revisión de billetes. Beatriz ensenó el billete de la reserva de plazas, y la revisora, entre risas y un inglés indescifrable, nos pidió el del inter raíl, y nos dio la enhorabuena por ser tan hábiles.
Una vez montadas en el tren que nos conducía hasta Berlín (no sin antes recorrernos media estación hasta descifrar que el andén 2a y 2b eran el mismo), tuvimos que echar a un strujenbajen (alemán) que había decidido situarse en nuestro lindo sitio, aunque luego nosotras decidimos invadir el de delante (que tenía una mesita irresistible a los ojos de Marta). Tras una serie de cabezaditas y numerosas e incordiosas visitas de los revisores, me dirigí a por algo de picar y aunque pudiera parecer una tarea sencilla se complico más de lo esperado. En primer lugar tuve que enfrentarme a dos canadienses que opinaban que lo mejor para NO causar atasco en el pasillo era ponerse a sacar todo lo habido y por haber de sus macutos mientras se formaba una interminable cola tras de ellas. En segundo lugar, aparecieron una manada de niños que parecían sacados de un parque de atracciones empeñados en que lo mejor que podían hacer a las 10 de la mañana era ponerse a gritar como si de una matanza de cerdos se tratara. Por último, fui atropellada por un carrito con comida que (por supuesto) se dirigía hacia nuestro vagón por lo que me había recorrido 3/4 del tren para nada.
Marta&Beatriz