La llegada a Berlín no fue apenas accidentada. Bajamos del tren y no entendíamos nada, porque resulta que los alemanes se creen que todo el mundo habla en strugenbajen, asique, dimos un montón de vueltas hasta que encontramos el punto de información donde tuvimos que esperar una cola infinita. Una vez habiendo pagado el mapa correspondiente, intentamos averiguar cómo se llegaba al hotel. Cogimos el metro (después de haber estado cerca de 15 minutos buscando la taquilla), pero al no entender demasiado bien las estaciones nos bajamos en una que se llamaba jänökvitz o algo así (no se parece en nada), y anduvimos otros 15 minutos bajo un sol de justicia hasta llegar al hotel (donde por cierto, no tenemos compañeros de habitación, asique no será tan divertido).
Observando el sol de justicia que nos había acompañado durante todo el camino, decidimos calzarnos los shorts para no achicharrarnos, pero claaaro ¿cómo iba a seguir haciendo sol pudiendo llover como si Noé fuera a aparecer en cualquier momento con su arca? Asique con la incesante lluvia como compañera nos dispusimos a buscar algún sitio donde comer (ya que eran las 5 de la tarde, una hora perfecta para comer aunque aquí ya estuvieran cenando), llegamos a un chino donde conseguimos descifrar el menú, porque había dibujitos, pero no al camarero (ya que este no los llevaba). Se empeño en cobrarnos un menú y una coca-cola, pero nosotras queríamos dos de todo. Marta en un alemán innato que había decidido conocer de toda la vida de dios y más allá, ¡empezó a conversar con el camarero ante mi asombro! Al final descubrí que Marta se limitaba a repetir lo que decía el camarero sin entender palabra y entremezclando francés, inglés, apanol y strujenbajen.
Seguía lloviendo, y era tarde, las 7, asique emprendimos un corto y aventurado paseo por las calles berlinesas hasta que, de nuevo, parecíamos sacadas de la ducha. Fue entonces cuando hicimos una paradita para tomar un helado, muy apetecible por el tiempo, y luego regresamos al hotel, donde un "bunch of" niños decidieron gritar, chillar, aporrear nuestra puerta y ser idiotas hasta altas horas de la madrugada (confieso que yo no me enteré, porque a las 23.30 estaba dormida). Esta mañana a sonado el despertador y la frase que me ha dedicado Beatriz ha sido, literalmente "pero tú no sabes lo que roncas joder", y después se ha dado la vuelta, como si nada, ay que ver...
Una vez duchadas y desayunadas (aunque he de confesar que primero nos equivocamos de comedor), nos dispusimos a montarnos en el metro camino de la famosa Puerta de Brandenburgo y al Reichstag. Una vez allí y habiéndonos pegado disimuladamente a un grupo guiado, volvimos a ser autónomas y guía en mano recorrimos las calles de Berlín Este. Bajamos por Unter den Linde, pasando por Bebelplatz, la isla de los museos, las embajadas, la catedral católica, la universidad de Humbolt, hasta llegar al ayuntamiento rojo. En la isla de los museos, durante las lamentaciones de Marta porque todos los carteles estuvieran en alemán, hemos conocido a una pareja de ancianitos adorables que andaban igual de estresados que nosotras a causa de este maldito idioma.
Para no variar, ha comenzado a diluviar y nos hemos refugiado en un italiano donde por fin uno de los camareros hablaba " espanolo".
Después de la comida, como no llovía, hemos paseado por las cercanías al ayuntamiento, inclusive la fuente de Neptuno donada tras la caída del muro y una iglesia(a la que no hemos entrado) con una placita encantadora llena de ositos de peluche (el símbolo de la ciudad). Aprovechando el "buen" tiempo, hemos planificado el día de mañana (veremos Berlín oeste) mientras nos gastábamos el poco dinero que tenemos en cucharitas, imanes, banderas y camisetas de Berlín. Hemos tenido mucha suerte, y justo al acabar nuestras compras ha empezado a llover, asique hemos venido al hotel donde nos encontramos ahora.
Esta noche degustaremos la fiesta berlinesa a través de un tour para guiris que parte de una placita muy cerca de aquí. Mañana más y mejor.
Marta&Beatriz