La verdad es que Viena es una ciudad pequeña., muy pequeña, así que el tercer día estuvimos merodeando por la ciudad después de visitar la ópera y el teatro, que nos dejaron fascinadas. Después, anduvimos un poco más hasta llegar al monumento de los caídos, un semicírculo de columnas presidido por una enorme fuente y una estatua, por supuesto muy ornamentada, donde estaban inscritos todos los nombres de los austriacos caídos durante la Segunda Guerra Mundial.
Fue allí donde almorzamos y después, mapa en mano, visitamos la Iglesia católica de la ciudad, que por cierto, daba un poco de miedo por las múltiples fotos de Benedicto XVI que decoraban las paredes. Atemorizadas, nos introducimos en unos jardines que conducían al la plaza donde se encuentran la Biblioteca Nacional, el Parlamento y una casa española de equitación.
Por supuesto, volvimos a nuestra plaza favorita, Stephan platz, donde se encuentra la catedral, y allí quedamos fascinadas con un grupo de hip hop. Para entonces, ya eran las cinco, así que, dimos una pequeña vuelta más, y luego subimos la larga calle comercial hasta llegar a nuestro hotel, donde nos tiramos a ver la mtv mientras hacíamos peleas de almohadas.
A las nueve nos dispusimos ha hacer la cena y salir. Tras vagar un poco perdidas encontramos un local equiparable al Kapital madrileño donde por supuesto entramos. Allí descubrimos que los chicos vieneses no hablan español y que bailan raro, muy raro. Hacen el baile del pato a la vez que mueven los pies incontroladamente como si fuera el baile del san vito, en fin, patético.
Sobre las tres, llegamos a casa, agotadas y nos dispusimos a hacer la maleta embriagadas por los recuerdos y los buenos momentos. Por supuesto, algo nos tenía que pasar, y mientras hacíamos la maleta en sujetador, alguien llamó a nuestra ventana, y resultó ser un hombre borracho que daba miedo, así que, cerramos las ventanas, las persianas y las cortinas muertas de miedo.
Amaneció, ya era 7 de julio, y nuestro viaje llegaba a su fin. El último día ultimamos los regalos y comimos un plato típico vienes, filetes rusos. Sobre las cuatro y media, fuimos al aeropuerto, embarcamos, y aquí estamos.
Sinceramente, este viaje a supuesto un antes y un después, aparte de desmitificar Ámsterdam, visitar un bunquer, escuchar a Mozart y ver a Sissi y descubrir donde se produjo la defenestración de Praga, hemos conocido gente y otras culturas que como mínimo son interesantes y en algunos casos envidiables.
Esta experiencia es inigualable, así que, ánimo a todos esos jóvenes que se lo están pensando.
Estamos encantadas de haberos relatado nuestro viaje, lo mejor que hemos podido.
Feliz verano,
Marta &Beatriz