El tercer día amaneció despejado, con un sol radiante que hacia días que no veíamos. Nos duchamos y a las 10.30 ya estábamos en la calle.
Hoy tocaba andar, pero hoy era el doble de matador, ya que era cuesta arriba. La cuesta se nos hizo eterna, con miles de callejones enrevesados que debíamos visitar y parecía interminable. Nos veíamos obligadas a parar cada pocos metros para beber un poco de agua, puesto que caminar bajo un sol de justicia a más de treinta grados no es lo más gratificante del mundo que digamos.
A mitad de la cuesta se alzaba la iglesia de San Nicoladas, donde solo por entrar nos sacaron casi 7 euros, su interior era típicamente Barroco, con un estilo de lo mas recargado, figuras doradas se hallaban por doquier en cualquier parte. Lo que más nos impresiono de esta iglesia fue su famoso órgano, que contaba con más de 1000 tubos y que fue escenario del último concierto del famoso compositor Amadeus Mozart (quien deleito al público con su famoso Réquiem).
Aunque parezca mentira ya eran casi las 14, por lo que decidimos hacer una parada en un acogedor mesoncito, donde nos vimos obligadas a ponernos como cerdas, ya que el precio nos sugería (por no decir que nos forzaba) a hacerlo. Tras la sobremesa de rigor continuamos el ascenso (como quien habla del K2) hasta dar con un majestuoso palacio, que parecía vigilar la ciudad de posibles enemigos. Al girar la cabeza contemplamos las fabulosas vistas de la ciudad que se presentaban ante nosotras, solo por eso había merecido la pena subir hasta ahí y todo el esfuerzo que ello había implicado.
Una vez dentro del palacio descubrimos que había una pequeña ciudad dentro del mismo, con sus decenas de tiendas típicamente medievales que aun ofrecen juguetes típicamente checos de aquesta época. El palacio contaba con su propia catedral (Catedral de San Vito) que se erigía mágicamente en un lateral de la plaza. En su puerta comenzaba una interminable cola de turistas, que bajo un sol castigador, esperaban su turno para entrar en dicha catedral, no sin antes abonar la cuantiosa suma de 15 euros. Decidimos esperar bajo una pequeña sombra a que la cola de disipara, pero la espera de más de media hora mereció la pena en cuanto pusimos un pie dentro. Sus frescos y alegorías nos dejaron con la boca abierta, mostrándonos tiempos mejores de esta ciudad cuando, tras haber conseguido su independencia, albergo al primer rey de la República Checa. Ya desde el exterior se podían observar sus gigantes vidrieras, que adornaban (entre otras partes) la fachada haciéndola parecer más majestuosa si cabe.
El interior del palacio fue simplemente indescriptible, reflejo del lujo de tiempos donde las fiestas eran un acontecimiento social al que acudía gran parte de la ciudad.
Tras esto bajamos al hostal, donde llegamos en torno a las 17.30 - 18, y tras una breve siesta, fuimos a cenar, a dar un paseo, un poco de marcha y de vuelta al hotel, puesto que estábamos realmente cansadas.
Marta&Beatriz