El último día en Praga amaneció soleado, y a pesar de la aventura de la noche anterior, decidimos levantarnos a probar el desayuno, descubriendo que habíamos hecho un enorme esfuerzo en vano.
Puesto que la ciudad no es demasiado grande, nos dedicamos a pasear por las cuestas en busca de vistas que encontramos al subir las angostas escaleras que suben al palacio. Cautivadas, de nuevo, por las espectaculares fachadas, edificios y callejuelas de esta ciudad decidimos dar un paseo por los jardines reales visitando el palacio de retiro que se encuentra en los mismos. Para entonces, ya era mediodía y decidimos bajar al "old town square", pero no sin antes parar en el económico chino del primer día, que estaba en el corazón de la ciudad judía (parte que se conserva únicamente porque Hitler quería conservarla como museo de "una raza extinguida"). Después, sobre las cuatro, quedamos anonadadas con el maravilloso reloj astronómico que forma parte del ayuntamiento. Aunque data del siglo XV, su mecanismo está perfectamente engrasado y es realmente espectacular ver el reloj en movimiento.
Por supuesto, dormimos la siesta de rigor, y en consonancia con nuestra mala suerte con el tiempo, se puso a diluviar, por lo que el paseo a la casa de Mozart se hizo largo, pero al ver los jardines acabo por merecer la pena. Al llegar al hotel descubrimos nuestra enorme sociabilidad puesto que los extranjeros se acercaban a nosotras para entablar conversaciones acerca de lo maravillosa que es la comida, la fiesta y la siesta en España.
Tras la cena, nos fuimos a dormir sin saber la aventura que nos esperaba. El tren salía las 6, según nuestros horarios, pero Praga es la ciudad gafada. Al llegar esta mañana a la estación de tren (que era donde se suponía que salía el tren según la recepcionista del hostal) nos comunican que debíamos dirigirnos a otra estación. Así que, cargadas, volvimos la metro para llegar a la verdadera estación donde nos esperaba una gorda estúpida que había decidido que no quedaban plazas para nosotras ni en tren de las ocho (puesto que el de las 6 ya lo habíamos perdido) ni en el de las 10, así que pretendía que estuviéramos desde las 7 hasta la una y media no sabemos haciendo que. Mientras esperábamos, la mejor solución que se nos ocurrió a nuestro problema fue montarnos en el tren de incognito y permanecer en la cafetería en el caso de que no hubiera sitios. Por supuesto, pensamos en la posibilidad de que nos echaran y pretendíamos hacer lo mismo en el tren de las 10 y si nos volvían a echar, esperar hasta nuestro tren de la una en dios sabe dónde.
En plena crisis vimos que la señora asquerosa se había ido y que en su lugar había una rubia joven y simpática que se sorprendió cuando la suplicamos que nos dejara montarnos en el tren de las ocho, porque, palabras textuales "the train is nearly empty" (el tren esta casi vacío). Por supuesto, ella se ha convertido en la heroína del viaje y no os podéis ni imaginar la cara de felicidad al ver que no íbamos a quedarnos tiradas en Praga mucho más tiempo.
Por fin nos montamos en el tren, pero con la buena suerte que nos caracteriza nos equivocamos de vagón, así que, hemos viajado en primera hasta que el revisor nos ha echado. Luego hemos podido vivir en primera persona una historia de amor entre dos coreanos mientras dos mexicanas se expurgaban a cara sin ningún reparo. Una vez en Viena, hemos hecho la compra, comido y nos hemos adentrado en esta maravillosa ciudad imperial, donde predominan los palacios, el estilo barroco, los bulevares y por supuesto, las fotos, películas y estatuillas de Sissi.
Por hoy, hemos tenido suficiente aventura, pero mañana, ya con la guía en mano, nos sumergiremos en la historia y la cultura de este país.
Marta & Beatriz.